jueves, 3 de noviembre de 2016

Entre ser y saber estar

Don Emilio Lledó

Gran lección de vida recibimos quienes tuvimos la ocasión de conocer personalmente a Don Emilio Lledó, profesor de filosofía que en el año 2015 fue reconocido con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Le incomodan las corbatas y sin embargo vistió una, no cualquiera sino una muy especial para él, una corbata que le acompaña desde joven, cuando estaba en la universidad de Heilderberg, Alemania. Nos lo contó con sencillez, sonriendo, durante su discurso inaugural del III Congreso de Escritores que celebramos en Gijón, Asturias.

Pero debo de dar un paso atrás y poneros en la noche anterior, cuando me lo presentaron formalmente en la cena de bienvenida en su honor. Yo estaba nerviosa, mucho, porque me angustiaba el mero hecho de no estar a la altura de las circunstancias. Repetía en mi mente “Un placer… gracias por honrarnos con su presencia… espero que su estadía sea agradable…”

Llegó el momento de la presentación y el saludo de rigor de nuestras manos y, confieso, que después de pronunciar las primeras dos palabras de mi continuo ensayo mental previo, quedé muda. Las otras doce se desvanecieron entre las nebulosas de mi confusión y se esfumaron al cruzar nuestras miradas. En sus ojos leí una mirada conocida, la de la sencillez, la de la humildad que brinda la sabiduría. Una mirada que invita con amabilidad a comunicar. Cuando me percaté de que el saludo se extendía más allá de lo habitual y yo seguía en absoluto mutismo, entonces, a modo de despedida dije “No tengo palabras”. Mi franqueza arrasó con los formalismos.  

Tuve el privilegio, en más de una ocasión, de estar sentada frente a él. De escucharle contar anécdotas, historias, experiencias. Yo poco hablé, ni siquiera me atreví a preguntar porque no deseaba interrumpir, porque sabía que Don Lledó contaría lo que consideraba digno de compartir. Sé que en más de una oportunidad calló, cedió su silencio ante la espontaneidad que provoca una discusión acalorada sobre un tema u otro. Calló porque Don Lledó reconoce la importancia de la libertad de expresión, una libertad de expresión que hoy día está siendo tergiversada. También supo ser amablemente tajante al negarse contestar a cuestiones de índole ajenas a lo que nos reunía en el Congreso.

Me sentí muy identificada con él cuando se refirió a una educación universitaria que insiste en encajonar habilidades para obtener un puesto de trabajo seguro, y también al confesar Don Lledó que reunirse con los estudiantes lo hace sentirse joven nuevamente.

Gracias, Don Emilio Lledó, por la lección que nos regaló, una lección sobre ser y saber estar mediante su esencia y su presencia. Lástima que estas enseñanzas se pretendan encajonar en contenidos fríos dentro de los textos escolares en lugar de practicarlas día a día mediante el ejemplo vivencial.

Y para compartir con vosotros el placer de conocerlo a través de sus palabras, cito a continuación algunos títulos que, de seguro, os invitarán a leer sus libros que, hasta el día de hoy, son veinte y uno los publicados: “El silencio de la escritura” (1991), “El surco del tiempo: meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria” (1992)  “Memoria de la ética” (1994), “Elogio de la infelicidad” (2005), “Los libros y la libertad” (2013). 

Me despido con una de sus frases que tanto me agrada: "La riqueza de un pueblo no es la del suelo, sino la del cerebro". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario