Gran lección de
vida recibimos quienes tuvimos la ocasión de conocer personalmente a Don Emilio
Lledó, profesor de filosofía que en el año 2015 fue reconocido con el Premio
Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Le incomodan
las corbatas y sin embargo vistió una, no cualquiera sino una muy especial para
él, una corbata que le acompaña desde joven, cuando estaba en la universidad de Heilderberg,
Alemania. Nos lo contó con sencillez, sonriendo,
durante su discurso inaugural del III Congreso de Escritores que celebramos en
Gijón, Asturias.
Pero debo de
dar un paso atrás y poneros en la noche anterior, cuando me lo presentaron
formalmente en la cena de bienvenida en su honor. Yo estaba nerviosa, mucho,
porque me angustiaba el mero hecho de no estar a la altura de las
circunstancias. Repetía en mi mente “Un placer… gracias por honrarnos con su
presencia… espero que su estadía sea agradable…”
Llegó el
momento de la presentación y el saludo de rigor de nuestras manos y, confieso,
que después de pronunciar las primeras dos palabras de mi continuo ensayo mental
previo, quedé muda. Las otras doce se desvanecieron entre las nebulosas de mi
confusión y se esfumaron al cruzar nuestras miradas. En sus ojos leí una mirada
conocida, la de la sencillez, la de la humildad que brinda la sabiduría. Una
mirada que invita con amabilidad a comunicar. Cuando me
percaté de que el saludo se extendía más allá de lo habitual y yo seguía en absoluto
mutismo, entonces, a modo de despedida dije “No tengo palabras”. Mi franqueza
arrasó con los formalismos.
Tuve el
privilegio, en más de una ocasión, de estar sentada frente a él. De escucharle
contar anécdotas, historias, experiencias. Yo poco hablé, ni siquiera me atreví
a preguntar porque no deseaba interrumpir, porque sabía que Don Lledó contaría
lo que consideraba digno de compartir. Sé que en más de una oportunidad calló,
cedió su silencio ante la espontaneidad que provoca una discusión acalorada
sobre un tema u otro. Calló porque Don Lledó reconoce la importancia de la
libertad de expresión, una libertad de expresión que hoy día está siendo tergiversada.
También supo ser amablemente tajante al negarse contestar a cuestiones de
índole ajenas a lo que nos reunía en el Congreso.
Me sentí muy
identificada con él cuando se refirió a una educación universitaria que insiste
en encajonar habilidades para obtener un puesto de trabajo seguro, y también al
confesar Don Lledó que reunirse con los estudiantes lo hace sentirse joven
nuevamente.
Gracias, Don
Emilio Lledó, por la lección que nos regaló, una lección sobre ser y saber estar
mediante su esencia y su presencia. Lástima que estas enseñanzas se pretendan
encajonar en contenidos fríos dentro de los textos escolares en lugar de practicarlas
día a día mediante el ejemplo vivencial.
Me despido con una de sus frases que tanto me agrada: "La riqueza de un pueblo no es la del suelo, sino la del cerebro".
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