domingo, 18 de septiembre de 2016

Los deberes escolares en el banquillo


Días atrás leí en las redes sociales que la ONU (Organización de las Naciones Unidas) proponía eliminar los deberes escolares… ¡Caray! me dije, ¡ahora sí que estamos perdidos!

En dicho artículo ―que más que artículo era una nota de prensa― citaba:

Harris Cooper, reconocido profesor de la Universidad de Duke, Estados Unidos, afirmó recientemente: «No existe evidencia que compruebe que las tareas ayuden a los niños a convertirse en mejores estudiantes».

Busqué en las redes si Harris Cooper tiene o tuvo una relación directa con la ONU y no encontré conexión alguna. Sin embargo, conseguí un artículo muy interesante que silenciaron las campanas de alerta… y lamento el desengaño o decepción que padres e hijos puedan llegar a sentir al leer la siguiente línea:

Los deberes sí son necesarios para una educación formal completa.

Os copio (previa traducción) lo que expone, entre otras, este artículo titulado “¿Son los deberes escolares un mal necesario?” publicado en la web oficial de la American Psychological Association (Asociación Americana de Psicología) (http://www.apa.org/monitor/2016/03/homework.aspx):

«Los deberes escolares, de hecho, pueden producir beneficios académicos, como es el aumento de la comprensión y la retención de la materia vista en clases, dice el psicólogo social Harris Cooper, PhD, de la Universidad de Duke, uno de los investigadores más importantes del país sobre los deberes escolares. Pero no todos los estudiantes se benefician. En una revisión publicada sobre estudios realizados desde 1987 hasta el 2003, Cooper y sus colegas encontraron que las tareas estaban vinculadas a mejores resultados en los exámenes en la educación secundaria y, en menor grado, en la educación primaria (Review of Educational Research, 2006)».

Basándome en mi experiencia personal aclaro que, aparte de los beneficios académicos, los deberes escolares promueven el desarrollo de la responsabilidad personal, crea rutinas que conducen a buenos hábitos de estudio y de trabajo, ayuda a controlar los tiempos de ejecución, favorece aquello de que «primero son las obligaciones y luego las diversiones», fomenta la autocrítica (he aprendido o no he aprendido el tema) gracias a las dudas que surgen durante la realización de las tareas escolares y en consecuencia, «debería» de conducir al estudiante a consultarlas con su profesor o a investigar por cuenta propia. Digo debería porque lamentablemente dichas conductas no se presentan en nuestros niños y jóvenes, cuando uno de los objetivos de la educación formal es el de promover la investigación utilizando las herramientas adecuadas que el medio ofrece.

Por otro lado, un exceso de deberes escolares tiende a esclavizar a nuestros niños, muchas horas sentados escribiendo, calculando, memorizando, donde el stress por cumplir con las obligaciones y ver que solo les sobrará tiempo para ducharse, cenar y acostarse… ¡no es vida! A esas edades necesitan saltar, jugar, correr y realizar cualquier otra actividad no académica. Fíjense en otra cita del artículo:

«En un estudio reciente realizado en España, Rubén Fernández-Alonso, PhD, y sus colegas encontraron que a los estudiantes que le fueron asignados regularmente tareas de matemáticas y ciencia lograron mejores resultados en las pruebas estandarizadas. Pero, cuando los alumnos reportaron tener más de 90 a 100 minutos de tareas por día, las calificaciones disminuyeron».

¿Cuánto tiempo habrían de dedicar los alumnos a los deberes escolares? Según Harris Cooper, dice estar de acuerdo con una regla de oro: no más de 10 minutos por día por nivel de grado ―de aproximadamente 10 minutos en el primer curso de primaria, hasta un máximo de alrededor de dos horas en la educación secundaria―.

Entonces, estamos hablando de unos cincuenta minutos para el quinto de primaria (cuyo curso es, por costumbre, muy pesado en contenidos), de una hora y diez minutos para el primero de secundaria (cuyo impacto conocemos y donde la mayoría de los estudiantes conocen lo que es tener un suspenso en más de una materia) y de hora y media para el tercero (con los encuentros cercanos a la química y la física en una sola materia que exige como si fueran dos). ¿Cumplimos con esta regla de oro? No, a menos que permitamos a nuestros hijos no cumplir con todos los deberes asignados.

Vamos a hablar claro: nuestros alumnos sólo estudian «realmente» antes de los exámenes porque, después de tener que cumplir con los deberes asignados no les quedan ganas de repasar ni leer ni investigar los temas vistos del día. Si bien es cierto que unos cuatro problemas de matemáticas, escribir una redacción de máximo 100 palabras y contestar cinco preguntas de biología deberían de ser resueltas en poco tiempo , si además agrego completar oraciones en inglés, buscar en internet información reciente acerca de los conflictos fronterizos (con el fin de sensibilizar), calcular el área y el volumen que tiene un dormitorio, dibujar un pentágono con la ayuda de un compás, memorizar las capitales de Asia… ¡Señores, hasta yo me rindo antes de comenzar, aunque sean deberes para ser distribuidos a lo largo de una semana!

Calidad versus cantidad, he ahí el asunto que puede equilibrar la balanza. Las materias matemáticas y lengua son las que a diario deben de ser practicadas en casa, cinco ejercicios de cada una son suficientes. Dado que el bilingüismo es otro punto importante (la globalización nos trae un inglés más exigente a nuestros salones de clase) debería de ser otra de las materias que merece unos minutos de los de la regla de oro de Cooper.

He visto tareas con 25 ejercicios de ecuaciones de primer grado para entregar al día siguiente… admito que son de fácil resolución, pero la repetición automatiza en lugar de promover el razonamiento. Si no me creen, pregúntenle a un joven de segundo de educación secundaria para qué sirven dicho tipo de ecuaciones, os contestará inmediatamente que es para «saber quién es X». Bien, hasta aquí, bien, pero ¿para qué quiero saber «quién» es X? repregunten. En este punto las respuestas se vuelven variopintas: «Y yo qué sé…, si no lo sabes tú?»; «Para fastidiarnos la vida»; «Sería bueno preguntárselo a quien la inventó»; «¿Para averiguar una incógnita?»; Con esta última respuesta dubitativa hay un atisbo de esperanza hasta que, entusiasmado, preguntas: ¿cuál incógnita? E inmediatamente contesta: «¡La X, ¿cuál otra?!» Y es aquí donde caes en la cuenta de que nuestros alumnos consideran a las matemáticas una materia de cálculo puro y duro.

En fin, resumiendo, la ONU no ha propuesto eliminar los deberes escolares. Esto me confirma que las redes sociales son importantes, que cualquiera tiene acceso a ellas, tanto para leer, consultar y hasta para publicar gilipolleces que desvirtúan información de alta relevancia. Y he aquí una propuesta personal: en lugar de atiborrar de deberes a nuestros futuros forjadores del país, asignen ejercicios para encontrar una información veraz en las redes sociales.

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