Días
atrás leí en las redes sociales que la ONU (Organización de las Naciones
Unidas) proponía eliminar los deberes escolares… ¡Caray! me dije, ¡ahora sí
que estamos perdidos!
En
dicho artículo ―que más que artículo era una nota de prensa― citaba:
Harris
Cooper, reconocido profesor de la Universidad de Duke, Estados Unidos, afirmó
recientemente: «No existe evidencia que compruebe que las tareas ayuden a los
niños a convertirse en mejores estudiantes».
Busqué
en las redes si Harris Cooper tiene o tuvo una relación directa con la ONU y no
encontré conexión alguna. Sin embargo, conseguí un artículo muy interesante que
silenciaron las campanas de alerta… y lamento el desengaño o decepción que
padres e hijos puedan llegar a sentir al leer la siguiente línea:
Los
deberes sí son necesarios para una educación formal completa.
Os
copio (previa traducción) lo que expone, entre otras, este artículo titulado “¿Son
los deberes escolares un mal necesario?” publicado en la web oficial de la American Psychological Association (Asociación
Americana de Psicología) (http://www.apa.org/monitor/2016/03/homework.aspx):
«Los
deberes escolares, de hecho, pueden producir beneficios académicos, como es el
aumento de la comprensión y la retención de la materia vista en clases, dice el
psicólogo social Harris Cooper, PhD, de la Universidad de Duke, uno de los
investigadores más importantes del país sobre los deberes escolares. Pero no
todos los estudiantes se benefician. En una revisión publicada sobre estudios
realizados desde 1987 hasta el 2003, Cooper y sus colegas encontraron que las
tareas estaban vinculadas a mejores resultados en los exámenes en la educación
secundaria y, en menor grado, en la educación primaria (Review of Educational Research, 2006)».
Basándome en mi experiencia personal aclaro que,
aparte de los beneficios académicos, los deberes escolares promueven el
desarrollo de la responsabilidad personal, crea rutinas que conducen a buenos
hábitos de estudio y de trabajo, ayuda a controlar los tiempos de ejecución, favorece
aquello de que «primero son las obligaciones y luego las diversiones», fomenta
la autocrítica (he aprendido o no he aprendido el tema) gracias a las dudas que
surgen durante la realización de las tareas escolares y en consecuencia, «debería»
de conducir al estudiante a consultarlas con su profesor o a investigar por
cuenta propia. Digo debería porque lamentablemente dichas conductas no se
presentan en nuestros niños y jóvenes, cuando uno de los objetivos de la
educación formal es el de promover la investigación utilizando las herramientas
adecuadas que el medio ofrece.
Por otro lado, un exceso de deberes escolares
tiende a esclavizar a nuestros niños, muchas horas sentados escribiendo,
calculando, memorizando, donde el stress por cumplir con las obligaciones y ver
que solo les sobrará tiempo para ducharse, cenar y acostarse… ¡no es vida! A
esas edades necesitan saltar, jugar, correr y realizar cualquier otra actividad
no académica. Fíjense en otra cita del artículo:
«En un estudio reciente realizado en España,
Rubén Fernández-Alonso, PhD, y sus colegas encontraron que a los estudiantes
que le fueron asignados regularmente tareas de matemáticas y ciencia lograron
mejores resultados en las pruebas estandarizadas. Pero, cuando los alumnos
reportaron tener más de 90 a 100 minutos de tareas por día, las calificaciones disminuyeron».
¿Cuánto tiempo habrían de dedicar los alumnos a
los deberes escolares? Según Harris Cooper, dice estar de acuerdo con una regla
de oro: no más de 10 minutos por día por nivel de grado ―de aproximadamente 10
minutos en el primer curso de primaria, hasta un máximo de alrededor de dos
horas en la educación secundaria―.
Entonces, estamos hablando de unos cincuenta
minutos para el quinto de primaria (cuyo curso es, por costumbre, muy pesado en
contenidos), de una hora y diez minutos para el primero de secundaria (cuyo
impacto conocemos y donde la mayoría de los estudiantes conocen lo que es tener
un suspenso en más de una materia) y de hora y media para el tercero (con los
encuentros cercanos a la química y la física en una sola materia que exige como
si fueran dos). ¿Cumplimos con esta regla de oro? No, a menos que permitamos a
nuestros hijos no cumplir con todos los deberes asignados.
Vamos a hablar claro: nuestros alumnos sólo
estudian «realmente» antes de los exámenes porque, después de tener que cumplir
con los deberes asignados no les quedan ganas de repasar ni leer ni investigar
los temas vistos del día. Si bien es cierto que unos cuatro problemas de
matemáticas, escribir una redacción de máximo 100 palabras y contestar cinco
preguntas de biología deberían de ser resueltas en poco tiempo , si además
agrego completar oraciones en inglés, buscar en internet información reciente
acerca de los conflictos fronterizos (con el fin de sensibilizar), calcular el
área y el volumen que tiene un dormitorio, dibujar un pentágono con la ayuda de
un compás, memorizar las capitales de Asia… ¡Señores, hasta yo me rindo antes
de comenzar, aunque sean deberes para ser distribuidos a lo largo de una semana!
Calidad versus cantidad, he ahí el asunto que
puede equilibrar la balanza. Las materias matemáticas y lengua son las que a
diario deben de ser practicadas en casa, cinco ejercicios de cada una son
suficientes. Dado que el bilingüismo es otro punto importante (la globalización
nos trae un inglés más exigente a nuestros salones de clase) debería de ser
otra de las materias que merece unos minutos de los de la regla de oro de
Cooper.
He visto tareas con 25 ejercicios de ecuaciones
de primer grado para entregar al día siguiente… admito que son de fácil
resolución, pero la repetición automatiza en lugar de promover el razonamiento.
Si no me creen, pregúntenle a un joven de segundo de educación secundaria para
qué sirven dicho tipo de ecuaciones, os contestará inmediatamente que es para «saber
quién es X». Bien, hasta aquí, bien, pero ¿para qué quiero saber «quién» es X? repregunten.
En este punto las respuestas se vuelven variopintas: «Y yo qué sé…, si no lo
sabes tú?»; «Para fastidiarnos la vida»; «Sería bueno preguntárselo a quien la
inventó»; «¿Para averiguar una incógnita?»; Con esta última respuesta
dubitativa hay un atisbo de esperanza hasta que, entusiasmado, preguntas: ¿cuál
incógnita? E inmediatamente contesta: «¡La X, ¿cuál otra?!» Y es aquí donde
caes en la cuenta de que nuestros alumnos consideran a las matemáticas una
materia de cálculo puro y duro.
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