Desde
edad temprana los niños “aprenden a leer” y mucho antes de lo que pensamos. La
lectura es la decodificación de un código escrito (ver Mis primeras letras) y se basa en el lenguaje el cual es un conjunto de sonidos articulados con que
el hombre manifiesta lo que piensa o siente, es decir, el que empleamos
para comunicarnos unos con otros.
Durante
los primeros meses de vida escuchamos el lenguaje cuando nos hablan y se
comunican entre sí nuestros familiares, y va creándose en nuestro mundo
interior un lenguaje rudimentario asociado a vivencias y sensaciones. Por
ejemplo, y me disculpan los papás porque lo hago sin ánimo de discriminación, “mamá” es algo que aparece cuando lloro,
cuando tengo hambre, y que pronto relaciono el sonido “mamá” con mis necesidades básicas. Luego vendrán los balbuceos que
nadie comprende, y de repente un día logramos coordinar dos sílabas: “pa-pa” (sí, es así en la mayoría de las
veces, el primer sonido coherente y asociado que decimos es papá) y luego “mamá”, “más”, “no”… y es cuando
realmente comenzamos a comunicarnos mediante sonidos y gestos, haciéndonos entender lo que queremos y lo que
no nos gusta. Aunque no somos conscientes de ello, estamos empleando una
lectura a nivel concreto, es decir, asociamos sonidos articulados a cosas y
personas. Nuestro lenguaje continuó creciendo proporcionalmente con nuestras
experiencias sensoriales: al ver el parque lo llamamos “parque”; al escuchar música, “música”;
al saborear la gelatina, “gelatina”;
al sentir mucho frío, “frío”; al mal
olor, “fo”, etc. Y escasos años
después… vamos al cole, listos, con nuestras experiencias a cuestas que han
consolidado un lenguaje interior compuesto por un vocabulario básico y será el que emplean nuestros maestros para
enseñarnos a leer.
Pero…
¿cómo ocurre?
Si
antes asociábamos imágenes y vivencias con la palabra hablada, continuaremos
haciéndolo para aprender a leer:
Por ejemplo: si yo os digo “casa, gato, ventana”
os imagináis a una casa, a un gato y a una ventana, y muy probablemente sean
las imágenes con las cuales las asociasteis siendo unos críos: una casa con
techo a dos aguas y chimenea, dos ventanas y una puerta; un gato plácidamente
dormido o al gato que tuvieron como mascota; una ventana con un barrotes de
madera, uno en horizontal y otro en vertical para formar cuatro cuadrados con
cristales. Pero, si os digo: “Me asomé a la ventana y vi que el gato estaba
dentro de la casa” ¿Qué os imagináis ahora? ¿Acaso la ventana tenía barrotes?
¿Estaba el gato durmiendo? Y…¿la casa tenía el techo a dos aguas y etcétera,
etcétera? No, simplemente os hicisteis la idea de que os asomasteis a una
ventana y visteis a un gato. Nada más.
¿Qué
ejecutó nuestro cerebro cuando leímos la oración? Descartó la información concreta innecesaria y operó a nivel
abstracto, es decir, decodificó y
organizó de manera tal la información para que sea comprensible y tenga
sentido.
Y si yo os hubiera dicho: “Me asomé al gato y vi que la ventana estaba
dentro de la casa”, primero habríamos decodificado e inmediatamente nos
daríamos cuenta de que algo está mal, y si de verdad nos interesa que tenga
sentido, entonces nos detenemos, organizamos y comprendemos. En otras palabras:
debemos organizar para leer y comprender.
El
método clásico o tradicional es con el cual la gran mayoría de nosotros
aprendimos a leer. Primero fueron las vocales y luego las fuimos asociando con
las consonantes en un determinado orden para obtener sonidos que se pronuncian
en un golpe de voz:
Consonante-vocal:
m, p, l, s, t, n, d, c (ca, co, cu), (ca, que, qui, co, cu), b, v, rr, r, f, j
(ge, gi), g (ga, gue, gui, go, gu), ñ, ch, ll, y, z (za, ce, ci, zo, zu, h, k.
Consonate-consonante-vocal: pl, bl, cl,
fl, gl, pr, br, cr, fr, tr, gr, dr.
Vocal-consonante: al, an, as, x, ar, am.
Vocal-vocal
asociadas a consonantes: ia, ie, io, iu, ua, ue, ui, uo.
¿Y quién o qué determinó este orden? Fue el lenguaje,
aquél con el cual aprendimos a comunicarnos cuando críos y que fuimos ampliando
a medida que asociamos nuestras vivencias con los sonidos de nuestros mayores. La
lectura se basa en el lenguaje hablado y ambos aprendizajes avanzan respetando
un orden progresivo de dificultad pasando de lo concreto a lo abstracto, del
análisis a la síntesis… ¡ups! ¿análisis? ¿síntesis? Ya llegaremos a ello en
otro post. Por ahora espero os haya quedado claro el porqué prefiero el método clásico
o tradicional.
Muy buen artículo, y didáctico !!! El tema del lenguaje, el habla y su articulación con el pensamiento siempre me han interesado.
ResponderEliminarGracias por tu comentarios, Luis.
ResponderEliminarMuy bueno el artículo, concuerdo totalmente con lo que expresas en él. Ciertamente es muy didáctico
ResponderEliminarGracias, Bárbara. Me alegra saber que es didáctico. En otro post pretendo exponer acerca de otros métodos.
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