jueves, 12 de noviembre de 2015

TDAH, ¿una causa o una consecuencia?

Días atrás vi el titular de un post «Síntomas de TDAH: las claves para detectarlos en el contexto escolar». Lo que me llamó la atención fue claves para detectarlos en el contexto escolar. Entiéndase por TDAH: Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad. Caray, me dije, tengo que leerlo. Resultó que en poco más de quinientas palabras intentaba explicar qué es el TDAH y cómo se manifiesta y, lo que más me sorprendió fue concluir, en base al contenido del post, que casi cualquier niño puede presentar dicho trastorno. Me explico:

En cuanto a los síntomas, que según el diccionario de la Real Academia Española, son los indicios o señales de una cosa que está ocurriendo o que va a ocurrir (y también pueden revelar una enfermedad): ¿Qué niño hoy día no tiende a ser inquieto, distraído, impulsivo, con dificultad para acabar las asignaciones y tareas? ¿Qué niño logra organizar y planificar su tiempo? ¿Qué niño no se deja llevar hasta la nube de su imaginación mientras un profesor está bla, bla, bla? ¿Qué niño es realmente ordenado y no ha perdido sus cosas con facilidad?

En la época que nos ha tocado vivir donde padres y madres no pueden comulgar horarios de trabajo con los de la escuela, que la vida se ha convertido en un come, trabaja y duerme,  que suplantamos la convivencia familiar con artefactos de última tecnología, desde teléfonos móviles a juegos electrónicos y pantallas 3D, con abuelos que ponen lo mejor de sí mismos para educar a sus nietos, con salones de clases con 30 a 40 alumnos bajo la tutela de un solo profesor que tiene que cumplir con objetivos y contenidos, y que, además, hablando claro, ha perdido el respeto de su comunidad y por ende, la autoridad.
   
Estoy convencida de que estamos fallando, que el sistema educativo está extemporáneo, sobre todo a nivel de educación infantil y primaria porque en dichas dos etapas es donde se debe de aprender a organizar y planificar el tiempo, a ser ordenado y disciplinado, que las actividades en clases se deben de cumplir, de que todo tiene un comienzo y un final, que los aciertos ocurren después de cometer errores, que nadie nació genio y que mediante el esfuerzo constante se alcanzan los objetivos y los premios. Entonces habrá menos niños inquietos, distraídos e impulsivos.

En cuanto a los signos (que en medicina es lo que se determina mediante pruebas, por ejemplo, la fiebre es un signo que indica la presencia de algún cuadro vírico o infeccioso) para detectar un posible TDAH hay uno que sí es determinante: la hiperactividad. Si se observa que, constantemente, un niño se mueve (es decir, no para quieto sea lo que sea esté haciendo), que sentado cambia de postura, moviendo pies, piernas y/o brazos, manos, dedos, molesta a sus compañeros e interrumpe la clase, entonces sí que podemos estar frente a un posible trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Digo posible porque hay que diferenciarlo de mala crianza o, de una constante necesidad de llamar la atención, además de descartar otras causas neurofisiológicas y sociológicas. 

Si la hiperactividad es evidente, es decir, es un niño (y me perdonan si lo repito) que “no para quieto”, entonces es una hiperactividad motórica. Pero también existe la que no es tan evidente, y que erróneamente denominan TDA, trastorno por déficit de atención: niños que aparentemente son tranquilos, digo aparentemente porque la hiperactividad es mental, no física. Niños que parecieran que vivieran en otro mundo, con sus miradas que pasean por el ambiente que les rodea y arrancan el vuelo con cada mosca que ven, y que, para el asombro de sus profesores responden correctamente a esas “preguntas sorpresa” que se hacen para ver si están o no prestando atención.

Si hay hiperactividad, entonces habrá déficit de atención. Un niño que “no para quieto” no puede tener la capacidad de captar, prestar atención y concentrarse en las actividades. Es como si condujéramos el coche a ciento cincuenta por hora y nos preguntaran cuántos nidos de cigüeñas hay en el camino. Y sin embargo, esos mismos niños nos sorprenden cuando al ver una película no pierden detalle alguno al contárnosla. Entonces, ¿dónde queda el déficit de atención, esa atención tan preciada por todos los maestros? En los niños, dicha atención queda alojada en la endemoniada rutina escolar, en llenarlos de contenidos que sabemos que a la corta, y de seguro a la larga, quedarán sumergidos en el olvido de cada uno de sus alumnos.

Sea la hiperactividad que sea, existen pruebas neurológicas que aportan y descartan, y también hay equipos de profesionales que tienden a recetar fármacos que reducen los impulsos con su consecuente mejoría de la atención. Y también se ha demostrado que los niños pueden superar sus propias barreras con la adecuada intervención de un bloque interdisciplinario compuesto por educadores, psicólogos, psicopedagogos, sociólogos y padres.


Recordaré siempre las palabras de un profesor de una de las cátedras de psicopedagogía: No existen las dificultades en el aprendizaje en niños y jóvenes, lo que hay son malos maestros, y los malos maestros ni guían a los alumnos ni tampoco a sus respectivos padres.

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