miércoles, 27 de mayo de 2015

Quien la hace, la paga


Leo los pasos a seguir en el caso de que un niño, tu hijo, sea una víctima más del acoso escolar y termino preguntándome si alguna vez él llegará a olvidar tan amargos recuerdos de su infancia y adolescencia y si se quedó con el resquemor de vengarse, aunque sea un poquito, de aquel desgraciado que se carcajeaba a costa de su dolor.


Leo dichos pasos y me recuerda la inutilidad total cuando veo el noticiero: otra joven se suicida. ¿Cómo es posible que en este siglo lleno de nuevas tecnologías y avances científicos nuestros jóvenes prefieren suicidarse a continuar viviendo?

¿Por qué los compañeros callan? ¿Por qué, aparentemente, los maestros y profesores miran para otro lado? ¿Por qué los padres son los únicos que saben que su hijo no está mintiendo cuando les cuenta que fulanito le bajó los pantalones en el patio del recreo… una vez más frente a los demás compañeros? Una posible respuesta es la impunidad ante los hechos, la falta de aplicación de la justicia desde temprana edad, aquello tan sencillo como “quien la hace, la paga”.

No, no estoy hablando de condenar y meter presos a niños y jóvenes ni de imponer un  tribunal disciplinario escolar que se dedique a perseguir malhechores, pero sí hablo de revisar el protocolo de actuación que el centro educativo debe aplicar en el caso de la denuncia de un posible acoso escolar y, también, de ser más contundentes con las acciones sobre el acosado y el acosador, de que prevalezca el sentido común, el olvidado sentido común sobre el cual reposan las teorías psicológicas y que, por lo visto, nos empeñamos en dejar de lado porque solo sirven para tratar a los locos. Algo tan sencillo como: tú, fulanito ¿le bajaste los pantalones a menganito en el patio del recreo? Pues entonces, durante los siguientes cinco recreos te dedicarás a barrer el patio, una acción comunitaria por el bien de todos.

Los padres, al igual que los alumnos, aprenden. No hay hombre ni mujer que nazcan con la titularidad de padre y madre, ni tampoco formación profesional que lo ofrezca. ¡Qué bien nos vendría a todos una escuela de padres con asistencia obligatoria! ¡Y qué bien, otra, para los maestros para que aprendan a escuchar y a observar! Cada vez estoy más convencida, duélale a quien le duela, que no es suficiente aprobar un magisterio para colocarse al frente de un aula y guiar, enseñar y sembrar el futuro. Nuestros alumnos son también personas con sentimientos, miedos, dudas, además de ser un apellido y un número de lista. ¿Será por esta razón, tal vez, que una joven decidió quitarse la vida? ¿Dejar de ser un número para tener nombre y apellido? Lamentablemente su llamada de auxilio nos llega demasiado tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario