Siempre he creído que la Navidad es mágica, desde pequeña
nunca faltaron invitados en la mesa el veinticinco de diciembre ni el primero
de enero, ni tampoco las comidas y tartas especiales, aquellas que solo se
cocinaban para las fiestas y una vez al año, no más. Siempre hubo un plato de
última hora en la mesa para el amigo que por alguna razón lo iba a pasar en
solitario o, pagar de más por una exquisitez —un Panettone Motta o un
Turrón La Bruja— y si no había con
qué, nunca nos faltó una tontería envuelta en papel de regalo debajo del
arbolito, aunque fuera una barrita de chocolate.
Sí, la navidad es mágica, no importa si es el Niño Jesús,
San Nicolás o los Reyes Magos, o si la festejas decorando un arbolito, armando
un gran pesebre o llenar toda la casa con botas y gorros rojos y blancos,
angelitos, lazos y coronas. Tradiciones que, sinceramente, yo temía no ser
capaz de transmitir a mi hijo en estos tiempos a pesar de las nuevas
tecnologías, los corre-corre que nos
imponen las rutinas y el bombardeo comercial de los compre-compre.
A mi hijo, de pequeño, le mentimos descaradamente: le
dijimos que un hombre gordo y simpático, con barba blanca y vestido de rojo,
repartía regalos a todos los niños en Nochebuena. Por supuesto que preguntó
cómo lo lograba en una sola noche y, además, sin confundirse qué llevar a quién
con tantas cartas que recibía. Hasta tuvo la suerte de contar con un tío que se
disfrazó y le entregó un regalo, justo el que mi hijo había pedido en su carta
y que días atrás había colocado en el arbolito y “que un duende recogió cuando
dormía”. Imposible describir su emoción al ver a San Nicolás en el salón de la casa de los nonnos…
Pocos años después, nuestro hijo nos sorprendió: nos dijo
que deseaba ser uno de los Reyes Magos y entregar el regalo a su pequeña prima.
Y así lo hizo. Realmente no sé quién de todos lo disfrutó más, pero la carita
de ilusión de mi sobrina es inolvidable.
Para continuar con la tradición, la mañana de esta última Navidad
nos levantamos antes que nuestro hijo para colocar los regalos debajo del
arbolito. Nuestra sorpresa fue grande cuando vimos un par que no habíamos
comprado ni envueltos, y en la mesa del comedor había restos de galletas en un
plato y un vaso con trazas de haber contenido leche. Nuevamente, él hizo que
brillara la magia en nuestro hogar: esperó a que nosotros estuviéramos dormidos
y actuó…
Días atrás le pregunté cómo se había sentido cuando supo que
San Nicolás son los padres, tíos y abuelos y si por caso recordaba cómo se
enteró. No recuerda ni lo uno ni lo otro. Yo tampoco conservo en mi memoria el
cómo y cuándo. Solo sé que en Navidad la niña que vive en mí lo celebra y
agradece la ilusión, el regalo más grande que recibí de mis padres para Navidad.
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