¿Se imaginan qué haría Platón frente a una computadora? ¿Y
cómo se sentiría cuando le dijeran que sus escritos navegan por el hiperespacio
y que sería leído por millones? ¿Que las letras no son solo para un selecto
grupo de aprendices que desean convertirse en ilustrados? Caray, ¡qué haría
Platón!
Imagino a los escribanos sin oficio, mentón sobre ambas
manos mirando al maestro cuyo rostro es iluminado por la pantalla, fascinado,
tecleando los diálogos socráticos. Y también imagino a Aristóteles en su casa,
frente a otro ordenador, intercambiando cartas con su maestro, a varios
centenares de kilómetros.
Las bibliotecas, que en aquel entonces eran privadas,
abrirían sus puertas sin chistar. Los copistas, predecesores de las
editoriales, ofrecerían las copias al mismo precio que un kilo de pan (todos
tenemos que comer ¿o no?) Y mientras, Platón, un día descubriría que su primer
libro, producto de años de estudios, cualquiera lo puede leer sin pagar un
duro. ¿Cómo se sentiría?
Lástima que, por más que yo invoque a su espíritu, Platón no
me lo va a decir…
Pero imagino que se sentiría muy contento al saber que
sus mensajes llegan a cualquiera que desea leerlos. ¿Y no es éste el objetivo
de la escritura, el de transmitir y compartir? La escritura vive de los
comentarios, de los lectores, de las aventuras y desventuras de los personajes,
de la ficción y de los contenidos que nuestro cerebro humano exige, pide,
ruega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario