miércoles, 23 de abril de 2014

Un plan de vuelo infinito

El primer libro, debidamente forrado, que llevó mi nombre en la portada escrito a mano por mi madre en una etiqueta, comenzaba así:

a e i o u

En la siguiente página:  

m
ma me mi mo mu
mi me mu ma mo

Y en la otra, debajo de una ilustración de una mujer abrazando un niño:

mi mamá me ama
amo a mi mamá
mi mamá me mima

Fue mi primer libro, repito, el que llevó mi nombre, mío, solo mío. El primero de todos, el que mi maestra utilizó para enseñarme a leer.

Desde entonces, pude comenzar a descifrar lo que tanto gustaba a mi padre, leer la prensa, y copiar a mi madre sentada en un sofá sosteniendo un libro con sus manos. Me divertí con las historietas ilustradas del momento, Súperman, Batman, Archie, Susy… Los cuentos clásicos, Blancanieves y los siete enanos, La bella durmiente, Pinocho, Los tres cerditos, Caperucita roja, Platero y yo…

Cuando la adolescencia iba abriendo paso, dejando atrás mi niñez, entonces leí a Los siete secretos, muchos casos de Agata Christie, ¡hasta Corín Tellado!, poesía, José Ángel Bueza, Aquiles Nazoa, Pablo Neruda.

Y luego vinieron todos los demás, Anna Karenina, La guerra y la paz, La peste, los relatos de Edgar Allan Poe, Rómulo Gallegos, Gabo, Isabel Allende y tantos, tantos otros.

Libros, libros, libros…

¿Un vicio? ¿Una costumbre? ¿Un “llena” el tiempo libre?

Solo sé que desde pequeña necesito una lámpara sobre mi mesa de noche para disfrutar con los libros. Un viaje que comenzó con las cinco vocales y aterricé centenares de veces cuando llegaba al final de cada uno de ellos. Y aún me faltan tantos, muchísimos por leer. Un plan de vuelo infinito.


Para mí, el Día del libro son todos los días…

1 comentario:

  1. Una experiencia común a tantos y tantos lectores. Mi caso fue parecido. Yo aprendí a leer prácticamente con los "tebeos". En cuanto al vicio o la costumbre, es verdad que se acrecienta con el tiempo.

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