Ya habrá quien diga Finlandia es Finlandia y nosotros somos
nosotros. Es cierto, pero la educación es la base para el futuro de cualquier
nación que busque superar el nivel de vida de sus ciudadanos y, después de
haber leído la semana pasada un artículo de prensa acerca del modelo educativo finlandés, comparto con vosotros mis
pensamientos.
Dicho modelo se sostiene respetando una educación biopsicosocial
de los personajes principales: alumnos y padres, impartida por maestros y
sustentada por el gobierno.
El simple hecho de que los niños comiencen una educación
formal a los siete años dice mucho, porque se supone que a esa edad se ha
alcanzado el nivel de maduración que permite emplear las destrezas necesarias
para aprender a leer, escribir y calcular. Además, en los primeros cursos no
regresan a casa con muchas tareas que cumplir porque se sabe que el tiempo para
jugar es igual de importante que el de estudiar. Y otro asunto que destacar:
fundamentan el proceso educativo en la curiosidad y experimentación, dos
cualidades naturales de la infancia.
Por su parte, el gobierno se hace cargo de todos los gastos
inherentes a dicha educación: matrícula, textos, materiales y transporte.
Incluso cuentan con un servicio de guardería gratuito para los fines de
socialización de los infantes. Otro punto clave, la familia, a quien se le
considera corresponsable de la educación de sus hijos, es decir, interactúan
activamente en lugar de delegar cómodamente la formación de sus hijos en los colegios.
Y las bibliotecas… ¡Las bibliotecas están abiertas también en los fines de
semana!, por tanto, padres que trabajan pueden (y lo hacen) utilizar sus
servicios en familia, recalcando que el ejemplo empieza por casa.
Y ahora lo más importante: los maestros. Sí, lo son tanto
como los médicos, la diferencia radica en que los maestros son la medicina
preventiva del futuro de la sociedad. Copio textual del artículo de prensa de ABC
que adjunto: “Para ser maestro se
necesita una calificación de más de un 9 sobre 10 en sus promedios
de bachillerato y de reválida y se requiere además una gran dosis de
sensibilidad social (se valora su participación en actividades sociales,
voluntariado...). Cada universidad escoge después a sus aspirantes a profesores…”
Sobran mis palabras…
Ser maestro de primaria es un tema muy delicado para los finlandeses
porque saben que a esas edades las mentes de los niños son como una esponja que
por igual pueden absorber lo positivo como lo negativo, y de esto dependerán
los logros en las siguientes etapas educativas.
Recuerdo que cuando estudié la carrera se decía que maestro
no podía ser cualquiera que hubiera estudiado magisterio, que se necesitaba
algo más: dedicación y amor hacia los niños y comprensión para con los padres,
tener paciencia (mucha) porque no todos aprenden al mismo ritmo, y por sobre
todo amar lo que se hace día tras día, dentro y fuera de la escuela.
Para Finlandia, un sistema parlamentarista, los colegios son
realmente el segundo hogar de los hijos
de su nación, y les permite crecer libres de doctrinas que favorezcan el
pensamiento unilateral.
¿Un modelo a imitar? Apartando los resultados de PISA
(porque no es el objetivo del presente escrito) considero que sí debiera de ser
imitado. Como madre, imagino a mi hijo menos agobiado por aprobar un examen y
con más tiempo para investigar libremente los temas de su interés, los que
realmente lo llevarán a la mejor profesión que existe sobre esta tierra, la de estudiar
y después trabajar en aquello que le guste, que le apasione.
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